enero 8, 2006
I
Caf�, minimalismo y donas.
Como el Cruyff de las islas y el Maradona de las llamaradas, Zinedine Zidane ondula su nombre en una s�bana donde esconde y enmara�a el bal�n, presa del viento. Es de llamar la atenci�n que lo conduce siempre en silencio. Ya lo recibe, ya lo acordona, ya lo suelta. Estoy ansioso por ver la manera en que Zidane afrontar� la edad; mientras tanto, aborrezco el nivel de competencia que lo est� aniquilando. En la selecci�n francesa desparrama sus ademanes y arma diques; en el Real Madrid de punta roma vocifera, danza, se desviste. Sobrevive honrosamente a las exigencias pese a que, a todas luces, sufre.
Futbolistas de gimnasio hacen los deberes a su alrededor, tanto en su equipo ralo como, sobre todo, en el equipo rival. Quienes juegan y han jugado con �l y contra �l han ido m�s all� en la experiencia del f�tbol, una catedral sin entradas ni puntos cardinales ni altares, zurcada por haces de luz que orientan el esp�ritu. Lo que ven, los enamora.
A los rivales, el color de la camiseta del franc�s-argelino �opuesto al suyo� les sirve para recordar que ese planeta esbelto y sensual es su enemigo en la cancha, y deben sacudirse el impacto est�tico para agotar al crack, detenerlo, derribarlo, ahora que envejece. Entonces llegan los p�rpados, las balanzas, los p�jaros vivos, los sapos, las invisibilidades que hacen el f�tbol de Zidane. Est� a un pelo del retiro: quiero que sea un pelo grande, interminable, arom�tico (la idea comienza a disgustarme).
II
"My best jazz, again."
En pleno Mundial 2006, Sined�n cumplir� 34 a�os, la edad que ten�a Di St�fano cuando hizo un hat-trick en la final de la Copa de Europa, su quinta consecutiva, en Glasgow. Ahora, la luz moja sus labios, su cabeza de monje no rinde m�s. A�n as�, solar, atado al horizonte, hace a los dem�s verse violentos. Ciegos. Espumosos. Inc�modos. Ellos se creen otra cosa y lo rodean con sencillez. En pleno mot�n echa el bal�n a un acueducto y ellos corren con una sensaci�n tal de ir al abismo que el miedo destartala sus carrozas.
Sus rivales se desvanecen al final del d�a. Le han ganado, pero no logran dormir pues no saben si son jugadores de f�tbol o u�as rotas, millonarios del espect�culo o simples electrodos. Su fascinaci�n es del tama�o de V�rmont. Dir�s: qui�n chingados es V�rmont. V�rmont puede ser un estado de la Uni�n Americana como tambi�n el sobrenombre de un ni�o de manos blancas al que �luego de un debate entre madre y matrona en la hora amarga� extrajeron con forceps.
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mr_phuy @ mail.com